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diciembre 5, 2023

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LLEGAR A DINAMARCA

Lant Pritchett y Michael Woolcock (2004), expertos del Banco Mundial, escribieron un texto1 en el que se menciona a “Dinamarca» como un país o sociedad ideal: larga esperanza de vida, seguridad social, corrupción casi inexistente, gran confianza en los demás,  buenas instituciones políticas, elevados ingresos, pacífico, fraterno, amplias libertades y derechos firmemente establecidos. Para los autores, Dinamarca, más que un lugar, es la meta a donde sería deseable que llegaran todos los países, inclusive los que llaman “estados fallidos”.

Dinamarca, como país, también aparece año tras año punteando el Índice Mundial de la Felicidad, elaborado por el Banco Mundial, un estudio en el que se relacionan variables como el ingreso, el consumo y el bienestar individual de los ciudadanos. Según la Comisión Europea sobre Bienestar y Felicidad, Dinamarca es el país más feliz del continente, al menos durante los últimos cuarenta años. Acompañando a Dinamarca en el ranking suelen estar países como Suecia, Noruega y Finlandia. ¿Cuál es el secreto? 

No sabemos claramente cuál es el camino que conduce a Dinamarca.
No sobra decir que el fracaso es mucho más habitual que el éxito. Lo normal es fracasar. La humanidad ha sido pobre la mayor parte de su existencia –lo sigue siendo–, incluyendo aquella parte que habitaba los países actualmente desarrollados. Pocos, muy pocos, logran El Gran Escape, como escribió Angus Deaton, premio Nobel en Economía de 2015. 

Autores como los laureados Elinor Ostrom y Douglass North creen que las instituciones de un país específico no se pueden transplantar fácilmente en otro: no se puede decir, “si esto funciona bien aquí, debería funcionar bien también allá”. La diversidad institucional es reflejo de la diversidad cultural de los distintos pueblos. No existe una talla única para todos. Así, es dudoso que lo que funciona bien en Dinamarca –y en otros países nórdicos– pueda establecerse en otras latitudes.

Algunas de las características de esa suerte de paraísos en la tierra son la homogeneidad étnica, religiosa, cultural, amén de que son países con poca población: Suecia, el más poblado de los países nórdicos, tiene la mitad de la población de la capital mexicana o la misma población de Bogotá, la capital de Colombia. El modelo escandinavo no es exportable: pocos ciudadanos de otras latitudes estarían dispuestos a tributar el 50% o más de sus ingresos. Son como el Volvo, el automóvil insignia de Suecia: todo el mundo sabe que es el mejor auto, el más seguro, el más resistente, pero son pocos los que lo quieren.

Las instituciones son un producto de la cultura, han madurado a través de generaciones, responden a contextos específicos, históricos. La democracia necesita instituciones fuertes y costosas que, a su vez, son causa del desarrollo. Países pobres, anárquicos o patrimonialistas, no pueden, en el corto plazo, aspirar a instaurar instituciones complejas basadas en la confianza. 

Como dice el politólogo Francis Fukuyama, no sabemos claramente, tal vez ni los propios daneses lo saben, cómo fue que llegaron a ser lo que son hoy, teniendo en cuenta que son descendientes de los vikingos, un pueblo feroz que saqueó Europa, desde Sevilla hasta el sur de Ucrania.

Que en Dinamarca, y mejor que en Inglaterra y los Estados Unidos, hayan surgido la democracia, el Estado de Derecho, la responsabilidad y la rendición de cuentas de los gobiernos, es algo relativamente reciente. Como se recuerda en Hamlet, de Willian Shakespeare, escrita tal vez hacia 1601, Dinamarca no era un modelo a imitar: el rey Hamlet fue asesinado por Claudio, su propio hermano, quien se casa con la reina viuda. Asesinatos, traiciones, venganzas, corrupción moral están a la orden del día. Shakespeare pone en boca del centinela Marcelo una expresión que se ha convertido en leitmotiv de la ciencia política, para referirse al estado lamentable de un país debido a la corrupción: Something is rotten in the state of Denmark (algo podrido hay en Dinamarca).

Dinamarca, pues, no parecía tener las condiciones para que en su suelo florecieran la democracia, el bienestar económico, la legalidad, la confianza, la solidaridad, la transparencia y la responsabilidad gubernamental.

Los autores suelen mencionar que un rasgo distintivo del desarrollo político y social de Dinamarca fue la conversión al luteranismo que, a diferencia de otras regiones, como Francia y los principados alemanes, no desestabilizó el país ni lo condujo a la guerra civil, sino a la alfabetización, la movilidad social y política, tanto de las clases urbanas como de los campesinos. La historia económica, deudora de trabajos como el de Rostow –Las Etapas Del Crecimiento Economico: Un Manifiesto No Comunista (1960) –suele omitir el hecho de que para llegar a Dinamarca no existe un solo camino, el inglés – y por extensión, el estadounidense o WASP. Para ir a Dinamarca, primero, hay que querer ir a Dinamarca y, segundo, se pueden tomar varias rutas. En otras palabras, así como había varios caminos para ir a Roma, también hay varias sendas para ir a la patria de Hamlet. Empero, para llegar hay que poner los medios y las ganas. Y empezar el camino. En palabras de Antonio Machado: se hace camino al andar.

Alberto Castrillón Mora

Profesor de Economía Política e Institucional en la Facultad de Economía en la Universidad Externado de Colombia

Licenciado en Historia y Filosofía, con especialidad en Historia Económica

  1. Solutions When the Solution is the Problem: Arraying the Disarray in Development, World Development, Volume 32, Issue 2,2004.

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