Todo nuestro sistema gubernamental está basado en la idea de que ningún
hombre es lo bastante bueno para que se le confíe algo más que un poder
limitado sobre sus congéneres.
John Dos Passos (1896-1970) Novelista y periodista estadounidense.
Aristóteles advirtió que la desigualdad provocaba inestabilidad
y… Platón creía que los demagogos explotaban la libertad
de expresión para instalarse como tiranos.
Timothy Snyder ( 1969) Historiador estadounidense, profesor en la Universidad de Yale.
En las democracias avanzadas -que, por cierto, cuentan con economías de mercado– también se presentan cambios de régimen político –más o menos a la izquierda, más o menos a la derecha– pero los fundamentos económicos, sociales y políticos no se ponen en cuestión. Se puede pasar de gobiernos socialdemócratas a gobiernos conservadores, o viceversa, sin que se intenten socavar los fundamentos del orden constitucional y económico, por ejemplo, apelando a la democracia plebiscitaria. Sería inaudito que un primer ministro europeo o canadiense pronunciara –mientras cabalga en la voluble carroza de la popularidad– el ex abrupto de un expresidente latinoamericano: “el estado de opinión es la fase superior del Estado de derecho”, frase que, irónicamente, recuerda a Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo.
No sucede lo mismo en las naciones del subcontinente: cada elección presidencial suele ocasionar una enorme incertidumbre, con todo lo que ello implica para la estabilidad de los mercados, sobre todo financieros. La precariedad económica y social de vastos sectores de la población no da espera, lo cual es aprovechado por líderes, situados a lo largo del espectro político, que están dispuestos a ofrecer el oro y el moro en busca de votos. Para evidenciar lo dicho, basta ver qué sucede con el dólar en época de elecciones: la tasa de cambio se torna muy inestable.
Y cuando las promesas de campaña, casi siempre irrealizables –porque no es posible disminuir los impuestos y, a la vez, sin deuda, aumentar el gasto, o crecer a tasas superiores del 10% o darle a la máquina de imprimir billetes sin causar inflación–, se buscan chivos expiatorios que expliquen por qué no se pudo conquistar el cielo por asalto.
Los chivos de la expiación cambian, dependiendo del signo político: pueden ser la derecha conspiradora, la oligarquía, los comunistas, o las potencias imperialistas, etc. En el caso de Trump los machos cabríos fueron los árabes, los mexicanos, los canadienses, la UE, los chinos, CNN, los comunistas, la élite de Wall Street y los demócratas radicales.
En las siguientes elecciones el descontento popular cambia de signo político – son elegidos los contradictores de quienes están en el poder –, sin que los problemas fundamentales que ocasionaron el malestar social se vayan, ni remotamente, a resolver.
El caso de Argentina ilustra perfectamente esta situación: de Menem a De la Rúa, de Kirchner a su esposa (Cristina Fernández de Kirchner), de ésta a Macri, de Macri a Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, y de éstos a … ¿Milei?
Los gobiernos cambian pero los problemas fundamentales permanecen. Lo mismo se puede decir de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, México: elección tras elección los políticos se las han arreglado para que sus ciudadanos vean diluirse las esperanzas y achicarse las expectativas. Al final, para los más jóvenes y educados, sólo queda abierta la emigración. La generación latinoamericana del último medio siglo puede repetir con Jorge Luis Borges: “Sin esperanza y con nostalgia, pienso en la abstracta posibilidad de un partido que tuviera alguna afinidad con los argentinos” (1946).
Una lección que debiéramos aprender todos los ciudadanos es que no hay redención o salvación otorgada por algún mesías. La única salida es tomar el destino en nuestras propias manos, encarar los desafíos como mujeres y hombres que han entrado en la mayoría de edad (Immanuel Kant) y ser profundamente críticos y desconfiados del poder, pues, como dijera Lord Acton: “El poder tiende a corromper; el poder absoluto corrompe absolutamente”. También los déspotas y aspirantes a mesías podrían aprender una lección: si, como lo evidencia la literatura, los tiranos parecen ser consustanciales a la humanidad, la literatura también cuenta su inevitable caída. Sic semper tyrannis: sea siempre así para los tiranos. O, como dice el refranero popular latinoamericano: “A todo marrano gordo le llega su Nochebuena”. Aunque sea electoralmente.
José Ramón Alberto Castrillón Mora
Profesor de Economía Política e Institucional en la Facultad de Economía en la Universidad Externado de Colombia
Licenciado en Historia y Filosofía, con especialidad en Historia Económica