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diciembre 5, 2023

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TANTO PEOR PARA LA REALIDAD

“Todo eso está muy bien; pero vale más que
cultivemos nuestro jardín”
(Voltaire,  Cándido o el optimismo).
“Tal optimismo es el causante de que se mire a los economistas
como Cándidos que, habiéndose apartado de este mundo para
cultivar sus jardines, predican que todo pasa del mejor modo
en el más perfecto posible de los mundos, a condición de que
dejemos las cosas en libertad”
(John Maynard Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero).

La frase del título se le atribuye al filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), en respuesta a la observación que le hizo alguien en el sentido  de que no parecía haber coincidencia entre su especulación filosófica y el mundo real.

Algo parecido se encuentra en la historia de las doctrinas económicas: uno de los padres de la revolución marginalista, que sentó sus cabales en la década de 1870, se queja amargamente de que los consumidores son caprichosos, volubles, irracionales; es decir, que los agentes económicos no se comportan como prescribe la teoría.

Si, como es de suponer, la realidad siempre tiene la razón, pecan de arrogancia tanto el filósofo como el economista. Se pensaría que, en el caso del filósofo – y también del economista- que es la realidad la que le prescribe a la teoría sus límites; no al revés.

La teoría al uso en las facultades de economía, desde el pregrado hasta los programas de doctorado, está comprometida con la visión del homo economicus, calculador, eficiente, omnisciente, que se mueve en un mundo de competencia perfecta, sin externalidades, sin tiempo, sin bienes públicos, sin asimetrías informativas, con equilibrio general.

Haciendo justicia al padre de la teoría del equilibrio general habría que decir que, para él, los mercados de competencia perfecta, con equilibrio general, son un ideal normativo, no una descripción de la realidad. Su utilidad consiste en contrastar lo prescrito, el deber ser, con lo realmente existente y, en consecuencia, tomar las decisiones políticas correspondientes; por ejemplo, cuando la existencia de monopolios impiden que el deber ser, el máximo bienestar para los consumidores, se haga realidad.

Marie-Ésprit-Léon Walras (1834-1910) estaba convencido de que el capitalismo, el capitalismo realmente existente, era incompatible con su teoría de los mercados, lo que ha sido repetido muchas veces, una de las últimas por el economista Frank Hahn: “La economía del mercado y el sentido del orden no son compatibles… Nunca se ha demostrado que sea cierto que la economía de mercado consigue orden, ni siquiera para la economía abstracta” [1].

En 1997, Paul Ormerod publicó The Death of Economics, libro en donde el autor hace un inventario de todo lo que no parece marchar bien con la ortodoxia económica. Muchas de las observaciones de entonces han sido recogidas, entre otros autores, por Paul Romer, quien fue distinguido en 2018 con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel (que es propiamente como se denomina el llamado premio Nobel en Economía ).

Según Ormerod la teoría económica debe reformularse a fin de que pueda ser útil para abordar temas como la pobreza, el desempleo, la criminalidad, la transición hacia la economía de mercado de los países de Europa oriental, el deterioro del medio ambiente, etc. Trabajar de cerca con los avances en psicología, biología, IA y neurociencias puede dotar a la disciplina de herramientas que le permitan abordar con mayor competencia la tarea, no sólo de entender el mundo sino de transformarlo.

Por su parte, el laureado Paul Romer señala que la ortodoxia económica se ha labrado una especie de dogma, como todo dogma, más basado en la fe que en la investigación[2].  Crisis como la de 2008, y la ocasionada por la pandemia, han tenido la virtud de remover las tranquilas aguas del Mainstream Economics. El proceloso mar del mundo lo necesita. Es nuestra obligación. Teorías firmemente ancladas en la realidad, en la historia, en las instituciones y la ética, que asuman el carácter político, es decir, conflictivo del crecimiento, la distribución y el capital –la principal herencia de los economistas clásicos– no son una opción, sino una obligación. Sólo así es posible, como dijera el también laureado James Buchanan, ver al economista como  “aquel que conoce cómo funcionan los mercados”. Los mercados de verdad, no los del pizarrón, según dictum de otro de los premiados en Estocolmo,  Ronald Coase.

José Ramón Alberto Castrillón Mora

Profesor de Economía Política e Institucional en la Facultad de Economía en la Universidad Externado de Colombia

Licenciado en Historia y Filosofía, con especialidad en Historia Económica


[1] Lo que pueden o no hacer los mercados, El Trimestre Económico, 241, LXI, 1, 1994.

[2] The Trouble With Macroeconomics, Stern School of Business New York University. En https://paulromer.net/trouble-with-macroeconomics-update/WP-Trouble.pdf

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